Recuerdo este crimen y el
interés que en su día tuve por él, incluso siendo una niña. Ahora que he leído acerca
de él, he recordado más.
El 1 de agosto de 1980,
los marqueses de Urquijo fueron asesinados mientras dormían. Unos meses
después, fue detenido su yerno, Rafi Escobedo, quien fue condenado y se suicidó
en la cárcel unos años después. Pero siempre quedaron las dudas, y de hecho Escobedo
nunca reconoció ser el autor de los hechos, aunque todo el mundo sospechaba que
algún grado de implicación existía.
En la novela se cuenta el
contrato de un asesino profesional por parte de un pariente de los marqueses.
Al parecer y según esta versión, el marqués tenía una visión del negocio del
banco Urquijo que no casaba con los intereses de muchas personas, y era
necesario apartarlo. ¿Qué mejor manera que quitándolo de en medio definitivamente?
El asesino en cuestión,
Fierro, se introduce en el círculo de las amistades de Escobedo a lo largo de la
primavera de 1980. Si debemos fiarnos de la versión del autor, inicia una
extraña relación con él y con un amigo suyo, basada en la juerga, el consumo de
drogas y alcohol y el sexo en grupo. Pero va a la vez sembrando para que
Escobedo decida asesinar a su suegro, inducido y manipulado. Finalmente se
consuma el asesinato, y Fierro, que allí estaba la noche en cuestión, intuye que
también van a por él por ser el único cabo suelto que aún queda.
Según la versión del
autor, los verdaderos instigadores del asunto siguen sueltos, y Escobedo y su
amigo son unos simples cabezas de turco que han cargado con el peso de un asunto
que les venía grande.
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