Este es uno de esos libros que leí de joven, con veinte años más o
menos, y no he olvidado nunca. Es el horror más horroroso, una pesadilla interminable.
Una joven, Susan, despierta en un hospital sin recordar nada. Poco
a poco comienza a saber quién es, a qué se dedica, recuerda cosas de su infancia
y juventud. Todo lo que tiene que ver con su trabajo (muy especializado en física)
es para ella una nebulosa. Su médico y su enfermera son muy amables, y le dicen
que poco a poco irá recuperando la memoria.
Cuando Susan tenía diecinueve años, fue testigo del asesinato de
su novio de la universidad a manos de unos compañeros de hermandad a los que la
novatada se les fue de las manos, empujados por el odio a su raza judía. Pagaron
por ello gracias a su testimonio, dos de ellos murieron poco después y ha
aprendido a vivir con ello. Por eso es todo tan sorprendente cuando comienza a
encontrarse por los pasillos del hospital con esos mismos hombres, los muertos
y los vivos, y tanto su médico como todas las enfermeras quieren hacerle creer
que todo es producto de su imaginación.
Susan cree estar volviéndose loca o bien tener una disfunción
cerebral que le afecta en concreto a ese episodio de su juventud. Pero poco a
poco empieza a sospechar que quizá no todo esté en su cabe.
Koontz nos sumerge en el horror con la huida de Susan, huida a
ninguna parte, pues los muertos la persiguen…
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