lunes, 11 de marzo de 2019

Sabotaje



La tercera entrega de mi espía favorito, Falcó, sigue la senda de las dos novelas anteriores (Falcó y Eva). Lorenzo Falcó sigue siendo un antihéroe, despiadado, chulo y sin afectos (salvo quizá uno). Pero incluso así, me gusta.
Falcó se mueve por dinero, y está a sueldo de la España nacional, de la España rebelde con la que él no está ni de acuerdo ni en desacuerdo, su corazón no está con ellos ni con la República. Ahora bien, le pagan, le pagan bien y a su sueldo está.
En esta ocasión, Lorenzo Falcó se dirige al París de la primavera de 1937, donde tiene dos misiones que van de la mano, pues deberá relacionarse con las mismas personas para llegar a culminarlas: desacreditar a un escritor francés, brigadista internacional, comunista sin carné, para que sus propios “amigos” acaben con él; por otro lado, deberá contactar con Picasso, que está pintando el Guernica, y destruirlo, con el fin de que no se convierta en un símbolo de la España republicana.
Allí se instalará, y con su característica flema y su saber estar, contactará con la noche parisina, intentando culminar sus tareas, unas mejor y otras peor…
Parece ser que Pérez Reverte va a tomarse un descanso con este personaje al que no llamaré entrañable (porque no lo es en absoluto) aunque sí carismático. Le pediría que el descanso no fuera muy largo, me encanta seguir los avatares de Falcó.

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