He vuelto a la tragedia de
los uruguayos que se estrellaron en los Andes en 1972. En esta ocasión, de la
mano de los recuerdos de Nando Parrado, el chico que nunca se rindió, el chico
que se empecinó en que había que salir de allí caminando, porque no confiaba en
que pudieran ser rescatados.
Nando tiene una visión diferente
de la historia, en primer lugar porque él perdió mucho en el accidente. Primero,
perdió tres días mientras estuvo en coma, para despertarse y comprobar que su
madre había muerto, y su hermana Susy estaba muy malherida. De hecho murió en
sus brazos pocos días después.
Nando comprendió pronto
que tendrían que huir por sus propios medios, y todo lo que hizo, todo lo que
vivió en los más de dos meses que permaneció en los Andes, fueron la manera de
prepararse para la expedición final, asombrosa y épica.
Lo que más impresiona de
la historia, generalmente, es el hecho de que tuvieran que comer carne humana
para sobrevivir. A mí, leyendo lo que he leído, me parece lo menos importante.
Es una historia de supervivencia y eso es una cosa más entre todas las que
tuvieron que hacer para permanecer vivos. Me impresiona mucho más pensar en ese
Nando y ese Roberto, medio famélicos, subiendo y subiendo una montaña sin ropa
ni calzado, ni medios de seguridad… Sobrevivieron porque se empeñaron, y porque
tuvieron mucha, mucha suerte. Pero la suerte hay que buscarla, y ellos lo
hicieron.
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