No había leído nada de Murakami
y hace unos días una amiga se extrañó de ello. Por eso, decidí leer Tokio
blues, y la experiencia ha sido extraña.
Es una novela que me ha
recordado a la inolvidable El guardián entre el centeno, aunque los
matices son diferentes. El narrador, Watanabe, es un ejecutivo de 37 años que
nos cuenta un par de años convulsos que pasó en Tokio, sus dos primeros años
universitarios, que coincidieron con las revueltas de finales de los 60. Pero
lo importante no es las huelgas estudiantiles, sino sus relaciones personales.
Principalmente con las mujeres.
Naoko y Midori son las dos
jóvenes que ocuparán el corazón de Watanabe, primero una y luego otra. Son difícilmente
comparables, pues Naoko es una chica con serios problemas mentales derivados de
haber encontrado muerta a su hermana mayor, suicida, y de haber perdido también
de la misma manera a su novio Kazuki, con 17 años. Watanabe era el mejor amigo
de Kazuki, y esta circunstancia les lleva, meses después, a encontrarse en
Tokio, en la universidad, y entablar una extraña relación.
Midori, por su parte, es
un torbellino, que dice lo que piensa y piensa muchas cosas, muy seguidas, y
muy deprisa. Ella y Watanabe entablan una relación de amistad que se convertirá
poco a poco en otra cosa a la que resultará difícil poner nombre.
Según he estado leyendo,
es un libro que retrata muy bien la sociedad japonesa, y dos cosas sobre todo
me han llamado la atención. Primero, la naturalidad con la que se trata el
suicidio, y segundo, el desarraigo familiar de unos jóvenes de apenas dieciocho
años de sus familias de origen. Igualito que en España, donde nuestros hijos si
se van a la universidad, vuelven y vuelven, y las familias felices de que
vuelvan y vuelvan.
Un buen libro, cuyos
personajes me acompañarán en mis recuerdos durante una temporada.
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