Un rico hacendado, héroe de la II Guerra
Mundial, dado por muerto en su lugar de residencia (Clanton, Mississippi) y
reaparecido milagrosamente al acabar el conflicto, sale un día de su casa, se
acerca a la casa del pastor metodista de la ciudad, y le pega tres tiros. Totalmente
premeditado, sobre todo si se añade el hecho de haber cedido sus tierras a sus
hijos envida y haberlos convertido en propietarios, con la única razón de
mantener las tierras alejadas de una posible demanda civil de los herederos del
pastor. Y no dará ninguna razón para haberlo matado.
Su esposa lleva unos meses ingresada en un
hospital psiquiátrico, y cuando sus hijos Joel y Stella tratan de verla y de
saber qué puede haber ocurrido, se encuentran con un muro.
La novela, bien hilada como todas las tramas
judiciales de John Grisham, nos narra tres partes bien diferenciadas: por un
lado, el asesinato, el juicio y la decisión del jurado; en segundo lugar, la
vida en el Pacífico de un hombre que fue hecho prisionero y huyó para acabar convirtiéndose
en un guerrillero luchando contra los japoneses; y por último, lo que ocurre
después, es decir, las consecuencias para los hijos y, por fin la explicación
que parecía que nunca íbamos a saber: ¿por qué el hacendado mató al pastor?
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