Pérez Reverte se atreve por primera vez con la guerra civil española. Y con un capítulo muy concreto de esta guerra: la batalla del Ebro, y afinando más aún, la toma por parte de los republicanos de un pueblo en la orilla del río, y su posterior pérdida a manos de las fuerzas de Franco.
No hay grandes protagonistas, o quizá todos
son protagonistas… Los cambios son continuos, de un lado a otro del río, de un
lado a otro de la contienda. Podemos estar acompañando a una joven comunista
convencida, encargada de transmisiones, que se siente atraída por un capitán bastante
desengañado de la República pero que solo puede seguir luchando por ella. También
podemos ir tras el combatiente nacional que, harto de luchar y sin grandes
ideales, trata de salir de la primera línea de fuego para descansar a retaguardia
sin conseguirlo. O sufrir con el requeté catalán, convencido de estar salvando
a su tierra de la debacle a manos de la República. Y enternecernos con el
dinamitero que no puede evitar salvar a uno de los adolescentes pertenecientes
a la “quinta del Biberón”.
No hay protagonistas, pero todos son igualmente
protagonistas. Quizá haya quien considere que tratar a todos por igual no es
correcto, y hable de equidistancia… Como le he oído decir al autor, no es
equidistancia, es ecuanimidad. No todo era bello a un lado, ni todo era
barbarie más allá. Ni para unos, ni para otros. De hecho, casi todo era
horrible en el frente, más allá de algunos gestos de valor y lealtad. El resto
es sangre, sudor, muerte y destrucción. Y si te lo cuentan magníficamente, se
agradece.