Ruiz Zafón se
adentra de nuevo en una Barcelona siniestra de principios del siglo XX. En esta
ocasión, de la mano de David Martín, escritor de novela macabra con síntomas de
muerte inminente, que se aferra a un clavo ardiendo para mantenerse en este
mundo. Aunque el clavo sea un personaje escalofriante, Andreas Corelli, a quien
Martín llama “el patrón”. Patrón que le contrata y le encarga una misión
bastante extraña: construir una religión a partir de un relato.
David Martín se ve
inmerso en una intriga que le lleva hasta treinta años atrás, cuando Diego
Marlasca, abogado de prestigio, pierde primero a su hijo y luego la razón. Su
investigación de los hechos acaecidos hace tanto tiempo le ponen en peligro
mortal, mientras a su lado van cayendo uno tras otro todos los personajes que a
su alrededor circulan, incluyendo a su amada Cristina y a su mentor, Vidal.
Todos caen salvo
Isabella, adolescente impertinente y soñadora, que se convierte por un tiempo
en su ayudante y es la única, junto con su futuro esposo Sempere, en salir
indemne de esta descomunal barbarie gótica. Sembrando, por otro lado, los
inicios de La sombra del viento (la
mejor novela de Zafón) pues Isabella no es otra que la madre del protagonista
de esta última novela. Pero no hay color. El autor quiso rizar el rizo que
comenzó con La sombra del viento… y
le salió mal.
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