Stephen King tiene
la extraña facultad de poner el vello de punta y los nervios a flor de piel en
un relato corto de apenas cincuenta y siete páginas. Poco más de una hora he
empleado en leer este cuento macabro, pero los últimos treinta minutos han sido
de tensión. Porque cuando aparecen niños en los cuentos de King, no sabemos
nunca si morirán todos, si se salvarán algunos, si todos sobrevivirán… Y podemos
ver y sentir a esa pobre niña Rachel de seis tiernos añitos, cuidando de su pequeño
hermano tras la horrenda desaparición de sus padres, “engullidos” por un
malvado coche parecido a otros a los que King nos tiene vagamente acostumbrados,
siendo ignorada en sus advertencias porque al fin y al cabo, sólo es una niña.
Menos mal que en
estas historias siempre hay un héroe. Y el héroe inteligente es Pete, que con
sus diez años y con su primera resaca, saca fuerzas de flaqueza para tratar, al
menos, de solucionar el problema de manera muy creativa. Tan creativa como sólo
si tuviéramos diez años nos podríamos imaginar.