Cuento corto, de apenas unas pocas páginas,
pero donde el magnífico Oscar Wilde se muestra como un narrador maravilloso,
conjugando el terror con el humor.
Una familia americana (y con todos los
estereotipos americanos severamente marcados) compra un castillo en la
Inglaterra más medieval. Son advertidos de que en el castillo habita un
fantasma, el fantasma de Canterville, pero tanto el padre como la madre o cualquiera
de los cuatro hijos, son bastante escépticos ante la posibilidad de su mera
existencia.
Una vez se instalan, el fantasma empieza a
hacer de las suyas, desde revivir noche tras noche una mancha de sangre hasta
hacer sonar sus cadenas o introducirse en los aposentos de la familia. Pero son
americanos, no tienen miedo, e incluso tratan de aterrorizar al fantasma. Y lo
consiguen.
La desesperación del fantasma al ver que la razón
de su existencia (sembrar el terror) ha desaparecido, junto con su capacidad de
arrepentimiento, así como la bondad y la dulzura de Virginia, la hija de la
familia, harán el resto.
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