A finales del siglo XVIII,
navegar no era fácil. Sobre todo si te adentrabas en tierra poco exploradas,
donde la vida no era tan inglesa como acostumbraba ser.
John Jacob es un joven que
se busca la vida como ladronzuelo siendo explotado por su “protector”. Un día,
es apresado por la policía y debe elegir entre permanecer preso durante un año,
o bien embarcarse en la Bounty, como ayudante del capitán. La decisión es fácil
y allá va John Jacob, sin haber pisado jamás un buque.
Después de diversos
avatares, la Bounty llega a Tahití, a recoger los árboles del fruto del pan,
con el fin de conseguir comida barata en las Indias Occidentales. La tripulación
confraterniza en seguida con los nativos, especialmente con las nativas, que se
convierten en amantes y amigas de los marineros. Estos se acostumbrarán a la
buena vida, y cuando llega la hora de embarcar de nuevo, la pérdida de calidad
de vida será considerable. Por esta razón, pocos días después, se produce un
motín a bordo de la Bounty, y el capitán y dieciocho de sus leales (entre ellos
John Jacob, nuestro narrador) serán abandonados en un bote en alta mar. Pero no
cejarán hasta, cuarenta y tantos días después, llegar, medio muertos, a zona
civilizada donde dar cuenta de lo ocurrido.
Esta es una historia de
aventuras, de lealtad, de redención. Una pequeña maravilla escrita por el mismo
autor que nos hizo llorar con El niño del pijama de rayas. Y además, es real.
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