Una canción de cuna cuenta
como diez negritos reunidos van desapareciendo uno tras otro, muertos de
maneras diferentes. En la Isla del Negro se han reunido diez personas de lo más
variopintas, y ninguna de ellas sabe muy bien por qué está allí, invitados por
un tal señor Owen. No es posible salir de la isla, pues solo hay una barca que
realiza el trayecto una vez al día. De repente, una voz procedente de un
gramófono acusa a cada uno de los presentes de haber cometido un crimen, pero
un crimen imperceptible para la sociedad: un general envió durante la guerra a
la muerte al amante de su mujer; una joven dejó morir ahogado en el mar a un
niño que le impedía casarse con su amado… No se tratan de crímenes que puedan
probarse en un tribunal, pero no por eso dejan de ser crímenes.
Alguien sabe de estos delitos
no castigados y trata de castigar a los culpables. El ambiente es de
desasosiego y crispación, pues todos empiezan a sospechar de todos… Y no pueden
escapar. Agatha Christie lo borda, como siempre.
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