No he podido parar de leer
la historia de Gretel, la hermana mayor del inolvidable El niño del pijama
de rayas. Es un libro sobre el sentimiento de culpa, el inevitable
sentimiento de culpa que acompaña a Gretel durante ochenta años de vida.
La novela se centra en
varios momentos. Por un lado, el París inmediatamente posterior a la II Guerra
Mundial, lugar en el que Gretel y su madre se refugian tratando de pasar
desapercibidas. Años después, Gretel, una vez muerta su madre, se muda a
Australia con la intención de empezar de cero. Pero hasta allí la sigue su
pasado, y un tiempo después vuelve a Europa, en esta ocasión a Londres.
Y el momento final es la
vejez de Gretel, viuda nonagenaria en Londres, y su preocupación cuando se van
a instalar unos nuevos vecinos. ¿Tendrán hijos? Porque Gretel, a pesar de haber
sido madre (una mala madre según ella misma reconoce), no ha podido nunca
soportar a los niños desde que su hermano desapareció tras la alambrada.
Gretel puede ser muchas
cosas: cruel, desgraciada, desequilibrada, triste… Pero también es decidida y
capaz, incluso a sus noventa y un años. Y puede arreglárselas sola, aunque los
recuerdos sigan acudiendo a ella.
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