Scott Turow se mete
en la piel de Rusty, un hombre modélico en su vida, fiscal de una pequeña
ciudad, casado con una bella mujer y con un hijo de ocho años. Todo se complica
cuando no puede evitar obsesionarse con Carolyn, una compañera de trabajo,
fiscal como él, hermosa, ambiciosa y sensual. Tras una breve aventura, ella le
abandona y él acaba confesándoselo a su esposa.
Pero poco tiempo
después Carolyn aparece muerta en su casa y Rusty debe investigar el crimen. Todo
parece irse confabulando en su contra hasta que parece culpable de la muerte:
sus huellas dactilares, rastros de relaciones sexuales… Rusty es acusado
formalmente y el juicio discurre por una senda muy peligrosa.
El desenlace es
sorprendente. Y ésta es una de las pocas novelas que, a pesar de mantener la
intriga hasta el final, me gusta menos que la película.
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