jueves, 10 de octubre de 2013

Dispara, yo ya estoy muerto


La escritura de Julia Navarro no es santo de mi devoción. Las historias no son malas, y en esta ocasión las desventuras y penalidades de los judíos que emigraron a principios del siglo XX a Palestina eran casi desconocidas para mí, y por tanto interesantes. Pero los diálogos son forzados, y los personajes no son creíbles. Aún así, esta última novela me ha servido para saber algo más sobre los años en los que se gestó la creación del estado de Israel, con todos los sinsabores y las desgracias que acarreó.

La novela trata también de retratar con fidelidad la amistad que existe entre dos familias residentes en Palestina. La de Ezequiel Zucker, descendiente de un judío ruso, y la de los Ziad, musulmanes residentes en Palestina desde siempre. Pero no acaba de convencer, aunque entiendo que muchas de esas amistades existieron, y todas ellas se vieron obligadas a desaparecer por circunstancias políticas ajenas a su afecto a través de los años.

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