Menuda castaña.
Sabemos, con seguridad, que Thomas Harris es perfectamente capaz de escribir
buenas novelas (El dragón rojo y El silencio de los corderos son una
maravilla). Pero esto generó un problema. Esta última novela, junto con su
adaptación a la gran pantalla, con Jodie Foster y Anthony Hopkins en sus
papeles de la agente especial Clarice Starling y el macabro doctor Hannibal
Lecter, se convirtieron en un éxito tal, que el autor quiso exprimir la máquina de
hacer dinero. Y pretendió hacerlo con una novela que no comienza mal, con la
agente Starling sufriendo acoso laboral y el doctor Lecter escondido en Florencia
dedicándose a vivir como a él le gustó siempre, disfrutando de caprichos
lujosos.
Por otra parte, está
una de las víctimas del doctor Lecter, Mason Verger: un hombre puede que más
malvado que su mismo verdugo, enganchado a una máquina para vivir, sin cara
debido a las ocurrencias del maquiavélico doctor. Y con dinero a espuertas. Y
quiere que el doctor muera, pero quiere que muera sufriendo, y él verlo y
grabarlo para poder verlo una y otra vez. Y puede pagar su entretenimiento.
A partir de ahí, una
simple carnicería con un final tan sorprendente e increíble que no merece la
pena volver a pensar en ello. Clarice Starling se merecía una suerte mejor.
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