Supongo que nada puedo decir de
esta maravilla que no se haya dicho ya. Si Dickens es quién es, es en gran
parte gracias al niño abandonado por su padrastro, al niño que huye de su vida
transformada en un suplicio y camina millas y millas buscando una salvación.
Este libro ha estado en mi casa desde
que yo era una niña y no recuerdo cuántos años tenía cuando lo leí por primera
vez. Pero puedo decir que esta última vez, aún sabiendo exactamente qué iba a
ocurrir, no he podido evitar emocionarme y llorar una vez más. Con Steeforth,
tan querido por nuestro protagonista y tan canalla. Con la dulce Emily, tan
buena y tan engañada. Con la dulce esposa-niña de David, Dora, quien nunca debió
convertirse en una mujer. Con Inés, tan leal y bondadosa. Con la tía de David,
con Peggotty, y con todos y cada uno de los personajes que hacen que esta
maravillosa novela no envejezca nunca y permanezca donde está, en la cumbre de
la literatura, para siempre.