Después de mi última lectura,
decidí seguir con Pearl S. Buck. Un placer leerla. Con un excepcional
conocimiento del mundo chino, la autora narra en algo menos de doscientas páginas
la vida de una madre china, del mundo rural, retratando de tal manera el carácter
y los sentimientos de esta mujer, que no podemos por menos que amarla.
La madre no tiene nombre, jamás se
dice cómo se llama. No tiene importancia. Comienza el relato cuando la madre es
joven, tiene hijos pequeños y se ocupa de parir, cuidar de su esposo y de su
suegra, trabajar en el campo y llevar la casa. Es una mujer feliz, fértil y
enamorada de su esposo sobre todo a través de su maternidad, que la hace
sentirse plena y bien. Pero su esposo no es feliz atrapado en una casa con una
anciana, una mujer y cada día más niños. Quiere ver mundo y un día, tras una
fuerte disputa con la madre, se va.
La madre comienza a inventar
mentiras para no reconocer que su esposo la ha abandonado. A partir de ahí, se
endurecerá pero sacará adelante a su familia, a la anciana madre de su marido y
a sus tres hijos pequeños. Pero es una mujer apasionada y unos años después
cometerá un desliz que acabará con un embarazo no deseado, un aborto inducido y
un sentimiento de culpabilidad que le hará creerse responsable de todas las
desgracias que le sucederán hasta su vejez.
Desgracias que no son pocas,
ciertamente: su hija se quedará ciega y morirá joven; su hijo pequeño, al que más
quiere, morirá ejecutado por comunista; su hijo mayor se casa con una mujer que
no la quiere y a la que ella no quiere, y que parece estéril tras muchos años
de matrimonio. Siente que la vida le da golpes y entiende que quizá los merece
por su pecado de juventud.
No podemos evitar querer a esta
mujer simple y dura, y desear que su desgracia puede quizá verse atenuada en
sus últimos tiempos por ese nieto tan deseado.
Qué libro tan maravilloso. Qué
escritora tan maravillosa.
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