No me suelen gustar las novelas continuación de
otras, pero escritas por autores diferentes. Por eso empecé esta cuarta parte
de la trilogía Millennium con muchas reservas. Pero no me ha defraudado.
El autor ha indagado en la psicología de Lisbeth
Salander y de Mikael Blomkvist, y los caracteres se han mantenido con fidelidad
a lo que eran en los tres libros anteriores. Le falta quizá un poco de
profundidad en las relaciones, pero si conocemos las entregas anteriores
comprendemos más.
Lisbeth está indagando y ha entrado en un sistema
operativo americano aparentemente sin ninguna explicación lógica. A la vez, la
revista Millennium se está yendo a pique y Mikael no sabe por dónde enfocar el
asunto. Un eminente informático y científico huye de Estados Unidos y se
refugia en su tierra natal, Suecia, haciéndose cargo de su hijo autista. Cuando
es asesinado dejando un único testigo del crimen, el niño se convierte en un
blanco para los criminales que quieren, a toda costa, ocultar su identidad.
Lisbeth Salander interviene para salvar al
pequeño August, sabiendo que detrás de todo hay una mente pensante, malvada y
degenerada, que tristemente lleva su propia sangre. La de su hermana Camilla.
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