Conocí a Lorenzo Falcó hace aproximadamente un año, y me encantó
este antihéroe, cínico, oportunista y con un punto psicópata, que vivió la
guerra civil aprovechando el momento. En esta segunda entrega, Falcó se dirige
a Tánger, donde su misión será hacerse con una buena cantidad de oro español
que se encuentra en un barco republicano cuya intención es dirigirse a Rusia. Durante
unos días hay calma, al tratarse Tánger de zona internacional, pero el barco
está obligado a hacerse a la mar en breve, y allá hay un destructor del ejército
franquista que no le permitirá el paso. El afán de Falcó será evitar un combate
y la desaparición del oro.
Como agente rusa en el barco republicano se encuentra Eva, la rusa
que compartió misión con Falcó en la primera novela, y con la que entabló unos
lazos que ni el hecho de estar en bandos distintos logrará romper. Toda la
novela gira en torno a las disposiciones que toma Falcó para hacerse con el
control del barco, relacionándose con toda clase de personajes, residentes en Tánger
o recién llegados, y la sombra de Eva se cierne sobre el libro. No aparecerá la
joven en escena hasta bien entrado el relato, y cuando aparece será en una escena
romántica que no esperamos, y sin embargo tal vez esperamos, de nuestro espía
favorito.
Siempre caballero y siempre rufián, siempre con una copa en la
mano y una cafiaspirina en el bolsillo, no sabemos si esta vez se saldrá o no
con la suya. Pero como él mismo opina, lo interesante no es ganar o perder,
sino que haya una carta esperando con una novedad... o posibilidad.
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