La segunda entrega de Los pilares
de la tierra da un salto de doscientos años aproximadamente en la historia de
Inglaterra, y en concreto en la historia de Kingsbridge. Pero el fondo sigue
siendo el mismo, aunque matizado por la época que se narra.
En Kingsbridge sigue habiendo un
priorato y un prior, pero también hay una orden de monjas con una priora. Sigue
habiendo buenos y malos y también algunos personajes que pueden ser buenos o
malos según les convenga.
Por un lado, está la historia de
amor entre Merthin, quien se convertirá en constructor de la torre de la
iglesia, y Caris, una joven hija de comerciante que, por la conspiración de sus
enemigos, se verá obligada a recluirse en el convento y renunciar a su amor. Por
supuesto, esta renuncia no es completa y a lo largo de los años, los vaivenes
de la historia llevarán el hilo conductor de la trama.
Por otra parte, no podía faltar el
malo malísimo, en este caso Ralph, el hermano de Merthin. Despiadado, ambicioso
y cruel, conseguirá casi todo lo que desea, bien amañando asuntos o bien tomándolo
por la fuerza.
Capítulo aparte merece la vida de
Gwenda, una joven poco agraciada pero lista y capaz, que siendo sierva vivirá
toda su vida bajo el yugo de esa servidumbre, pero sin arredrarse jamás y
haciendo gala de una gran fortaleza.
Como trasfondo de casi toda la
novela, está la amenaza pendiente de la plaga de la época: la peste. Enfermedad
que azotará de manera despiadada a Europa y más concretamente a Kingsbridge, a
pesar de la dedicación y sabiduría de la madre Caris.