Un crimen atroz sacude los muros
del IES Rubén Darío, un centro público de Madrid donde conviven multitud de
adolescentes. Un joven periodista, Santiago, antiguo alumno del centro, decide
investigarlo, y durante dos meses se sumergirá en la atmósfera estudiantil,
hablando con unos y con otros con el fin de comprender qué ocurrió.
El acusado del crimen, y
considerado por todos como culpable, es Marcos, un joven de dieciséis años que
cursa 1º de Bachillerato. Al parecer, aplastó la cabeza de su padre con una máquina de
escribir, clavando a continuación unas tijeras en el pecho de su hermano menor,
de quince años. Testigos, otro hermano más pequeño, de doce, y el mayor, de
diecinueve, que llegó a casa en medio del crimen.
Cuando Santiago comienza a hablar
con unos y otros, se va adentrando en el mundo del joven Marcos. Un joven líder
de su clase, atractivo y apreciado por todos, que sufrió lo indecible al perder
a su madre unos meses antes en un accidente de tráfico. Un joven que comenzó a
tener episodios violentos, cometiendo actos vandálicos contra el coche de un
profesor. Un joven que fue castigado por su estricto padre, que se escapó una
noche, que tenía prohibido todo contacto por Internet con sus amigos y
conocidos. Un joven que estaba despertando a la vida y que vio cómo se hundía.
Las conversaciones mantenidas con
miembros del claustro, con compañeros de clase e incluso con algún miembro de
la familia, nos introducirán en el ambiente estudiantil, convirtiendo esta
novela en una crítica al actual sistema educativo, salvo honrosas excepciones.
En ocasiones, excesivamente crítica, pues he de decir que las situaciones que
se narran no son habituales en un instituto (puedo hablar de ello, tras veintidós
años en este trabajo), pueden ser quizá puntuales y suceder alguna vez, pero
nunca todas en el mismo lugar. Sería agotador.
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