Un extraño mal se está apoderando de la humanidad.
Un virus letal, enormemente contagioso, y cuyos inmediatos síntomas son unas
ganas locas de matar a todo el que esté a tu alrededor, y suicidarte. Parece bastante
poderoso, sí…
Una joven Andrea es salvada por un convoy
militar que se dirige a un sitio seguro. Pero por el camino algunos mueren, y
algunos son sacrificados por no tener el pinchazo de la vacuna que asegura la
inmunidad…
Doscientos años después, Andrea es de las
pocas “ancianas” que sobreviven en su asentamiento, La Lanza. Las vacunas
produjeron inmunidad, en muchos casos muerte, y en muchos otros, extrañas
mutaciones genéticas que dieron lugar a diversas malformaciones o, como en el
caso de Andrea, a la eterna juventud.
Pero todo está a punto de cambiar. El mundo
que han construido sobre las bases del siglo XXI, arreglando las máquinas que
heredaron, está haciendo aguas por muchas razones. Y no es la menor de ellas
que de repente empiecen a mostrar síntomas del mismo virus personas del lugar…
Pero no todos, el número mágico que marca la muerte es el veinte. Cuando se
cumplen veinte años, los síntomas aparecen y la muerte está muy cerca.
Teniendo en cuenta que estamos en plena
pandemia, con cuarentena y confinamiento, no puedo por menos que agradecer que
el virus real no sea el que Loureiro nos cuenta.
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