La octava entrega del
Departamento Q ahonda esta vez en la vida personal de Assad. Aunque sin
descuidar al resto de los personajes, pues Rose aparece de nuevo en escena, saliendo
de un colapso mental generado por el último caso (que no recuerdo muy bien,
pues leí hace tres años). Carl también se ve inmerso en la posibilidad de ser
padre, aunque es un tema que se ve muy de refilón… Lo más crudo es Assad, quien
revive y cuenta su periplo en Afganistán e Irak, su historia familiar y el
secuestro desde hace dieciséis años de su mujer y sus dos hijas.
Ghaalib es el secuestrador
que quiere vengarse de Assad hace tantísimos años, y planea un atentado yihadista
en Berlín utilizando a las mujeres de su vida, con la intención de acabar con
todos ellos. Assad entrará en el juego, obviamente con la intención de salvar a
su familia, y ayudado por Carl y por toda la policía alemana, tratarán de
detener la masacre.
Como historia de fondo y totalmente
necesaria para la trama, la de un periodista freelance barcelonés que cuenta la
historia de los refugiados ahogados en el mar, en concreto cuando empieza a
investigar a la víctima 2117, llegada a la costa de Chipre. Y como historia
menos necesaria, pero igualmente interesante, la de un joven danés recluido en
su habitación jugando a videojuegos, que pretende iniciar una masacre en el
momento en que llegue a un determinado punto.
Como siempre, el
Departamento Q entretiene y mantiene en vilo hasta el final.
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