Al principio no me enganchó
esta novela de Fernando Aramburu, pero decidí darle una oportunidad. Finalmente
he devorado las últimas páginas, y me quedo con un sabor agridulce.
No hay un solo personaje
en el relato al que yo haya tomado un verdadero cariño. Recapitulemos: el
protagonista es un auténtico cínico y falto de empatía, sin capacidad para
amar. El amigo es un radical que trata de compensar su deficiencia física con agudezas
y bromas en muchos casos hirientes. La amiga, Águeda, es de puro buena persona,
tonta. El padre del protagonista un maltratador. La madre una pobre desgraciada
controlada primero por su esposo, luego por sus hijos, y al final chantajista
emocional. La esposa una bruja. El hijo un pobre tonto.
El interés que para mí ha
tenido el libro ha sido saber si por fin se suicidaba semejante personaje, y he
de reconocer que debería haberse suicidado antes. Antes de contar tantos
sucesos sórdidos de su infancia y adolescencia (su iniciación a la vida sexual,
en particular, es vomitiva). Creo que no, no me ha gustado.