Ramiro Sancho está deprimido, y
con razón. Ha dejado escapar a un asesino en serie que acabó con la vida de
Martina, una buena amiga y quizá algo más. Se le ha escurrido de entre los
dedos, dejando tras de sí cinco cadáveres. Y lo peor, ha sido tan inteligente que ha conseguido cerrar el
caso haciendo creer a todo el mundo que el culpable es el expolicía Bragado. Por
si fuera poco, se siente totalmente engañado, y con razón, por Carapocha,
el psicólogo ruso que, bajo la careta del colaborador policial, le engañó
sabiendo siempre quién era el asesino.
Hace ya unos meses de todo esto, y
Sancho no levanta cabeza. Por eso, cuando Carapocha le llama desde
Belgrado para decirle que Augusto/Orestes, el asesino en serie, está en
Trieste, no lo duda, pide la excedencia y se va allá. El asesino ha vuelto a
actuar y sigue dejando su firma en forma de versos, y Sancho tiene la necesidad
de atraparle, es ya una obsesión.
Esta segunda entrega va alternando
los sucesos en Trieste con los de Belgrado, donde Carapocha, con la
ayuda de su hija Erika, va tras los pasos de otro asesino en serie, criminal de
guerra culpable de la muerte de su esposa.
El final de la novela, al igual
que ocurrió con la primera, deja en ascuas al lector. La situación de los protagonistas
es tan incierta… Sancho tendrá que responder a muchas preguntas para redimir su
nombre. Eso, en la próxima entrega.
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