Diana Dávila se ha trasladado a Madrid, con la
intención de entrar a formar parte de la Unidad de Delitos Tecnológicos, para
la que se considera más que preparada. En Huesca ha dejado a Andrés, su mentor
en la policía, y casi un padre para ella, y le echa de menos, al igual que él a
ella.
Arancha es una joven policía, no tan joven como
Diana, a la que le ha tocado investigar una serie de crímenes en los que
siempre hay dos asesinadas, cuyo nombre empieza por la misma letra. Son jóvenes
y se les obliga a participar del mismo rito sexual antes de morir, rito
inspirado, parece ser, en una novela del marqués de Sade. Decide tender una
trampa al asesino y para eso necesita una policía joven que pueda parecer casi
adolescente. Y, ¿quién mejor que Diana?
Los crímenes empiezan a sucederse cada vez más rápido
y la sensación es vertiginosa, de no poder parar hasta que ocurra algo, algo
horrible. En medio, una conspiración para hacer pasar por culpable a quien no
lo es. Sólo un pero que ponerle a esta novela, un pero, que, por otra parte,
está avalado por un comentario del asesino, cuando finalmente es
desenmascarado: la gente a la que engaña es demasiado ingenua. ¿Diana no
comprobando si su pistola está cargada? Imposible, Diana es mucho más lista…
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