Mia es una buena chica. Quizá un poco rebelde, por eso se fue de
casa cuando cumplió los dieciocho años. Aunque quizá sea comprensible, teniendo
un padre tan poco afectuoso, una hermana mayor con la que no se entiende y una
madre que la adora pero demasiado cobarde para enfrentarse a su padre.
Es una buena chica, por eso trabaja dando clases de dibujo a jóvenes
desfavorecidos. Les entiende, les quiere y ellos la quieren. Siempre le ha
interesado el arte y dibuja muy bien, pero su padre estaba empeñado en que
estudiara Derecho, su padre no la entendía.
Es una buena chica, pero de adolescente hizo algunas locuras. Locuras
de adolescente, cierto, pero locuras que dieron muchos quebraderos de cabeza a
sus padres, esa madre que la quiere tanto y ese padre sólo preocupado por no
dar escándalos, que le perjudicarían en su carrera como juez.
Mia tiene veinticinco años y un día no se presenta a trabajar. ¿Puede
ser una escapada voluntaria, extraña en una chica ya centrada y responsable? ¿O
será quizá un secuestro?
A través del “antes” y el “después” vamos entrando en la cabeza de
Mia, de su madre y del detective que lleva el caso. Sabemos cómo va a acabar,
pues el “después” nos da muchas pistas, pero el final, el desenlace final, las
razones finales, no lo sabremos hasta las últimas páginas.
En conjunto, una muy buena historia. Merece la pena leerla.
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