Al
igual que Patria hace algunos años, me ha impactado esta historia. No
conocía yo la historia de la central nuclear de Lemóniz, planeada al final del
franquismo y ejecutadas sus obras en plena transición. Hubo movimientos
antinucleares por toda la zona, y desgraciadamente de aquellas propuestas se
adueñó ETA, convirtiendo unas protestas totalmente legítimas en una serie de
atentados con varios asesinatos.
Pero
esta es la historia contada a través de los ojos de Ángela, una niña que comienza
la novela con tres años, una madre embarazada y un padre ingeniero, que está
poniendo en marcha la central. Al principio es una niña feliz y despreocupada
que vive en un pequeño pueblo de la costa guipuzcoana, con su amiga Laura, en
la misma situación que ella. Pero las cosas van empezando a cambiar, primero
con las protestas y luego con las amenazas. Es dantesco ver cómo, a través de
los ojos de unaniña, se van normalizando cosas tales como mirar en los bajos
del coche por si hay una bomba, el cambiar de coche o de itinerario
continuamente, el no poder jugar en el parque porque los niños se van... Y todo
como un juego, porque así lo quisieron sus padres, que la pequeña Ángela no
perdiera la niñez.
Pero
también están los funerales, y el ver cómo algunos de sus amigos se quedan sin
padre, y ver cómo normaliza esta situación. Me ha impresionado especialmente
una frase casi al final del libro, cuando Ángela le dice a su amiga Laura (con
seis años ambas) que se van a mudar pero que no sabe sidará tiempo antes de que
su padre se vaya al cielo...
Un
testimonio desgarrante dando voz a otros grandes perjudicados de aquella época:
los niños.
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