Stephanie es una mujer de treinta y seis años
que tiene un cargo de elevada responsabilidad en el FBI, investigando a sus
propios compañeros cuando cometen errores o ilegalidades. Ahí ha llegado tras
muchos años de sacrificios, pues tiene un hijo adolescente de diecisiete años y
ha perdido muchas horas de estar con él para centrarse en su trabajo.
Stephanie es una luchadora, y todo viene de
sus circunstancias personales: su hijo es fruto de una violación perpetrada por
un entonces joven senador que ahora tiene un gran poder. Tuvo que callar ante
la certeza de que nadie creería su palabra, pero desde entonces quiere
justicia, cosa que ya le hizo salir de Chicago ante la amenaza de muerte contra
ella y su hijo tras las investigaciones que allí realizó.
Pero hoy, instalada en Washington, descubre
que quizá su hijo no es lo que ella esperaba. ¿Y cómo lo descubre? De la manera
más insólita: cuando se encuentra una pistola en su armario. La pregunta es:
¿es su hijo culpable, o es todo un montaje con el fin de chantajearla?
Una novela que mantiene la intriga hasta el
final, aunque desde mi punto de vista un tanto enrevesada.