domingo, 29 de abril de 2012

La sombra del viento



Cuando leí por primera vez “La sombra del viento”, de Ruiz Zafón, un verano de hace ocho años, lo siguiente que hice fue releerlo. Ahora he descubierto matices que no vi en su momento.
Un amanecer sombrío en Barcelona y un niño huérfano de madre, Daniel, que camina de la mano de su padre hacia el Cementerio de los Libros Olvidados. Un libro maravilloso, La sombra del viento, que encandila a Daniel y le obsesiona y le hace vivir una historia a través de sus páginas, intentando saber qué fue de su autor, dónde está y qué más escribió.
Se entrelazan las historias personales de Daniel y de Julián Carax, escritor maldito del libro, quien desapareció en los años veinte de la ciudad y volvió a aparecer muy brevemente en los inicios de la guerra civil, cuando se le dio por muerto. Por el camino, personajes entrañables, como Fermín Romero de Torres, eterno superviviente y dialécticamente maravilloso; la Bernarda, bondad en grado extremo; Nuria Monfort, olvidada del mundo y tratando de no olvidar sus fantasmas; o Beatriz, la encarnación para Daniel de todo lo que se puede esperar de una mujer.
Cuando en una novela sientes inmediata simpatía o empatía con alguno de los protagonistas, es inevitable acabar subyugado/a por la trama. En esta ocasión, creo que es casi imposible no querer a ese niño que se va haciendo mayor que es Daniel Sempere; no apreciar por su valor y compadecer por su desgracia a su padre; no admirar y estremecerse ante las desgracias de Fermín Romero de Torres… y podríamos continuar con la Bernarda, con Barceló, incluso con Beatriz Aguilar, quizá el personaje menos conseguido de toda la novela y que menos simpatías despierta.
Unos personajes infinitamente bien construidos con una historia que subyuga desde el primer párrafo. Tras saltar de una época a otra, tras realizar vertiginosos giros y rememorar la trágica historia de amor entre Julián y Penélope, Ruiz Zafón consigue una obra maestra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario