Esta entretenida y agridulce obra de Sophie Kinsella deja un cierto regusto amargo. La protagonista es una profesional joven, atractiva, con un trabajo medianamente aceptable y un sueldo acorde con él. Pero es incapaz de controlar sus gastos, y de dejar de utilizar su tarjeta de crédito. Hasta el punto de que, el primer día que pretende rebajar sus gastos, comete tales desatinos que la cuenta se eleva hasta límites insospechados.
Puede que, lamentablemente, no sea un caso aislado el de esta joven adicta a las compras. Su descripción de los sentimientos que le embargan al entrar un centro comercial es, a la vez que sorprendente, ridícula. Quizá sea el mal del capitalismo.
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