Hace aproximadamente
dos años se produjo un asesinato en un lugar donde nunca ocurre nada: la isla
de la Gomera. Allí, en medio del parque de laurisilva, rodeado de una niebla
que se introduce por los ojos y no deja de intimidar, apareció el cadáver de un
joven isleño. El principal sospechoso fue un concejal con el que el asesinado
había tenido diferencias por las relaciones que mantenía con su hija menor de
edad. En el juicio que se celebró fue exculpado, y ahora Bevilacqua y Chamorro,
los guardias civiles que ya conocemos de otros casos, vuelven a abrir el caso
para ver si existe alguna hipótesis alternativa.
El entorno es
precioso, y la investigación avanza con la ayuda de Anglada, una joven guardia
civil destinada allí y que fue testigo de parte de lo que ocurrió la noche en
que el chico fue asesinado. Las relaciones de Anglada con Chamorro no son
buenas, y se percibe una tensión que viene de antiguo y con la que Bevilacqua
no tendrá más remedio que bregar.
Todo se complica con
la desaparición de dos testigos, pero finalmente una pista parece sólida tras
la declaración de la hija del concejal. Cuando Anglada aparece asesinada,
Bevilacqua comprende que algo gordo se está destapando.
La tercera entrega
de esta pareja de guardias civiles no desmerece en absoluto de las anteriores,
quizá incluso me haya gustado más que éstas. Continuaré.
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