Nunca segundas
partes fueron buenas. Eso se dice y a veces es una realidad, a veces la segunda
parte supera a la primera… Depende. Pero cuando la primera parte (en este caso El resplandor) es una joya, es difícil
de superar.
Danny Torrance ya no
tiene cinco años. Ahora es un joven de veintitantos, alcohólico como su padre,
violento como su padre. Es huérfano. Ha perdido el contacto con su buen amigo
Dick, debido a su caída en picado en el mundo etílico. Apenas tiene algo de
aquello que, de niño, le hizo vivir una monstruosa pesadilla, pues lo ha
ahogado en alcohol. Y lo ha hecho a propósito.
Un día, una situación
que le hace odiarse a sí mismo en medio de las brumas de su intoxicación
permanente le hace cambiar. Llega a un pueblo, hace amistades, ingresa en Alcohólicos
Anónimos… Su vida ha dado un giro que le hace pensar que es una buena vida.
Pero Abra vive
cerca. Abra es una niña, preadolescente, que resplandece (en el sentido fantasmagórico del término) de una
manera tal que se convierte en el objetivo del Nudo Verdadero, un conjunto de
seres que fueron personas pero que ya no, y que se alimentan de seres como
Abra, como Danny. Danny tendrá que ayudarla.
Una novela de miedo,
de terror. Pero el mago del terror lo hizo tan, tan bien, en la primera parte,
que ésta sólo puede ser un sucedáneo descafeinado.