Leí este libro cuando era una niña o
adolescente, en mi casa familiar, y hace poco cayó en mis manos y me puse con
él. En su día me pareció una gran novela, y hoy sigo pensando lo mismo.
La historia es la de una saga familiar a lo
largo de casi un siglo en una plantación esclavista en el sur de los Estados
Unidos. La familia central es la de los Kendrick, un matrimonio sólido cuyos
hijos, Selma y Leon, seguirán con el apellido familiar, ocupándose de la casa, el
patrimonio y los esclavos.
Pero no son solo importantes los amos
blancos. La misma relevancia tienen en la novela algunos de los personajes
esclavos, como el matrimonio formado por Lovey y Ezra o sus hijos. Y, ¿qué
decir del malvado Roscoe Elk? Siempre llamado así, con nombre y apellidos, es
obvio que su resentimiento está ahí, siempre impregnando todas sus relaciones
con los Kendrick. O Clovis, la joven que seducirá al amo Leon y traerá
consecuencias para todos…
Por otro lado, los personajes secundarios
dejan de serlo: las hermanas Lauretta y Sarah viven en la cercana ciudad; en la
plantación vecina se avecinan historias de amor que implicarán a unos y a otros.
La historia no finaliza hasta el comienzo de la guerra de Secesión, y en
realidad no queremos saber más, pues todos sospechamos cómo acabará Beulah Land…
La novela alterna la visión tradicional de
las relaciones entre amos y esclavos como protectores y agradecidos, junto con
la visión mucho más moderna, sin explicitar nada (la novela tiene casi
cincuenta años) de las relaciones homosexuales, tanto entre mujeres como entre
hombres. Curioso.
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