sábado, 26 de octubre de 2019

Dejé de pronunciar tu nombre



Oí hablar de esta mujer hace relativamente poco tiempo. Carmen Díez de Rivera, musa de la Transición democrática, colaboradora de Adolfo Suárez en esos años tan complicados que transcurrieron entre la muerte de Franco y las primeras elecciones generales. Pero al margen de la importancia que tuvo en el aspecto político, aunque solo sea por ser una mujer con poder de decisión rodeada de hombres, lo más interesante de ella es, en realidad, la historia personal.
Carmen nació y creció en el año 1942 en el seno de una familia aristocrática en pleno franquismo. Su madre era una belleza reconocida, y su relación extraconyugal con Ramón Serrano Súñer, cuñadísimo de Franco, no era un secreto, ni siquiera para su esposo. Carmen es hija de este hombre, pero ella no lo supo hasta que no hubo más remedio.
¿Y por qué no hubo más remedio? Porque las familias se trataban, al fin y al cabo formaban parte de la clase dirigente en una España gris y oscura, y Carmen comenzó a ser amiga de Ramón hijo, y siguió siéndolo según pasaban los años, y continuó con la amistad, que se fue convirtiendo en amor, con el paso a la adolescencia. Y cuando, con diecisiete y diecinueve años respectivamente y sintiéndose muy maduros ambos, decidieron dar el paso de casarse, fueron informados de su parentesco. Hermanos, ni más ni menos.
Carmen se hundió en la miseria, ingresó en un convento, se fue a África con las misiones, y cuando finalmente regresó a España, lo hizo con la firme convicción de luchar por la libertad. Y lo hizo. Con un carácter poco común, y menos aún en una mujer de su época.
La novela, aunque es de ficción y así lo dice el autor al final de las páginas, narra dos momentos de su vida, dando saltos en el tiempo: por un lado, su adolescencia con todo lo que ella conllevó, y bastante a fondo la transición española, siendo fiel en este caso a la historia.

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