Oí hablar de esta mujer hace relativamente
poco tiempo. Carmen Díez de Rivera, musa de la Transición democrática,
colaboradora de Adolfo Suárez en esos años tan complicados que transcurrieron
entre la muerte de Franco y las primeras elecciones generales. Pero al margen
de la importancia que tuvo en el aspecto político, aunque solo sea por ser una
mujer con poder de decisión rodeada de hombres, lo más interesante de ella es,
en realidad, la historia personal.
Carmen nació y creció en el año 1942 en el
seno de una familia aristocrática en pleno franquismo. Su madre era una belleza
reconocida, y su relación extraconyugal con Ramón Serrano Súñer, cuñadísimo de Franco, no era un secreto,
ni siquiera para su esposo. Carmen es hija de este hombre, pero ella no lo supo
hasta que no hubo más remedio.
¿Y por qué no hubo más remedio? Porque las
familias se trataban, al fin y al cabo formaban parte de la clase dirigente en
una España gris y oscura, y Carmen comenzó a ser amiga de Ramón hijo, y siguió
siéndolo según pasaban los años, y continuó con la amistad, que se fue
convirtiendo en amor, con el paso a la adolescencia. Y cuando, con diecisiete y
diecinueve años respectivamente y sintiéndose muy maduros ambos, decidieron dar
el paso de casarse, fueron informados de su parentesco. Hermanos, ni más ni
menos.
Carmen se hundió en la miseria, ingresó en un
convento, se fue a África con las misiones, y cuando finalmente regresó a
España, lo hizo con la firme convicción de luchar por la libertad. Y lo hizo. Con
un carácter poco común, y menos aún en una mujer de su época.
La novela, aunque es de ficción y así lo dice
el autor al final de las páginas, narra dos momentos de su vida, dando saltos
en el tiempo: por un lado, su adolescencia con todo lo que ella conllevó, y bastante
a fondo la transición española, siendo fiel en este caso a la historia.
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