Creo que toda mi generación vivió con inquietud y horror aquellos días de 1992 y 1993 en que desaparecieron primero, y aparecieron salvajemente torturadas después, las tres niñas de Alcàsser. La huida de Antonio Anglés atravesando España, Portugal y finalmente la zambullida en pleno Océnao Atlántico, nos mantuvo en vilo durante horas. La sospecha es que Anglés murió en aquellas frías aguas, pero nunca se ha probado.
En la novela que nos
ocupa, la inspectora Indira Ramos vuelve al trabajo tras haber permanecido tres
años fuera de juego. En esos tres años, ha tenido una hija sin habérselo
contado al padre, su compañero que ahora mismo la odia. Ha pasado una pandemia
por delante (hablamos de diciembre de 2022), y sigue teniendo el mismo trastorno
obsesivo compulsivo de siempre. Y en su primer caso, aparecen las huellas del
odioso y odiado Antonio Anglés, quien lleva unos años viviendo en España bajo
otro nombre. Su detención es inmediata, pero el crimen de Alcàsser ha
prescrito, y solo queda tratar de encontrar algún otro crimen que este monstruo
pueda haber cometido, pues la intuición de la inspectora Ramos le indica que es
absolutamente imposible que un depredador como él haya permanecido sin alimentarse
de sangre tanto tiempo. Hay, por tanto, que buscar a Las otras niñas.
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