Conocí a Anna Freixas en 2007, hace quince años, cuando me matriculé en cursos de doctorado y se convirtió en mi profesora. Fue la primera vez que alguien me habló de feminismo desde un punto de vista formal. Hasta aquel momento yo me había considerado feminista incluso cuando, a mi quince o veinte años, me miraban mal por decir que yo era feminista: ¿acaso no eran las feministas feas y hombrunas? Nadie debería sentirse orgullosa de ser feminista. Eran otros tiempos, años ochenta, años noventa.
Aquel curso de doctorado “El
ciclo vital de las mujeres: transiciones e identidad”, me hizo pensar, y
mucho. Me introdujo en el mundo del feminismo y comencé a leer a autoras hasta
ese momento desconocidas para mí, aprendí (aunque me resultaría ahora complicado
explicar) lo que es el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia…
Puede que sea lo que más me aportó personalmente entre todo lo que aprendí durante
aquellos dos años de vuelta a la Universidad.
Mantuve el contacto
durante algún tiempo con Anna, pero luego lo perdí entre tantas tareas, el
trabajo, la familia… Pero siempre que he visto una referencia suya en prensa me
he interesado por ella, pues me pareció una mujer verdaderamente interesante y
con mucho que aportar a la sociedad y a mí.
Yo, vieja, es una sucesión de reflexiones
y consejos para el envejecimiento femenino. Teniendo en cuenta que cada vez me
pilla más cercano según cumplo años, me ha parecido muy interesante leerlo y
darme cuenta de que yo misma habré caído más de una vez en la tentación de
reñir a mi madre (sobre todo en esta situación de pandemia) o no tener en cuenta
sus deseos. Y más aún, me ha dado ideas para seguir leyendo.
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