La última investigación llevada a cabo por
nuestro querido Bevilacqua, con la siempre inestimable colaboración de
Chamorro, nos transporta a Herat, en Afganistán.
Un militar español aparece degollado con un característico
cuchillo, que allí se usa para cortar amapolas. El espacio donde fue hallado no
contiene gran cosa, y quienes allí se encuentran tratan de reunir las pruebas
antes de que se enfríe el cadáver. Solicitan ayuda a la península, y allá va el
equipo formado por los dos anteriormente mencionados, junto con Arnau y
Salgado, a quienes ya conocemos de entregas anteriores.
Al indagar en la vida del asesinado, comprueban
que estaba en pleno proceso de divorcio. Divorcio que no sorprende a nadie,
teniendo en cuenta que no se cuidaba de disimular sus escarceos con otras
mujeres. En concreto, dos de ellas son interrogadas por Bevilacqua, junto con
varios compañeros de destino con los que había tenido algún rifirrafe, pues no
parece que el fallecido fuera un hombre tranquilo.
Finalmente y cuando parece que no hay por dónde
tirar, es un pensamiento de Arnau el que pone a Bevilacqua en la buena pista y
finalmente será determinante para descifrar el crimen.
He echado de menos en esta última novela un poco
más de vida personal de los dos protagonistas. Intuimos un problema amoroso en
la vida de Chamorro y sabemos que lo hay en la de Bevilacqua, Pero un poquito más
de información me habría gustado tener…
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