El inspector Fermín Iturri y la jueza Lola MacHor
se reencuentran en esta novela. En la primera de la saga, Lola era abogada
pero, tras aprobar las oposiciones de judicatura, tiene su destino en
Pamplona. Y quiere el destino que en un
día de comienzos de verano, estando ella de guardia, aparezcan dos cadáveres en
una pequeña iglesia rural. Los fallecidos no son gente de a pie: el abad del
monasterio de Leyre y el arzobispo de Pamplona.
Los crímenes tienen un cierto aire de acertijos,
pues uno es anterior al otro, con secuestro y petición de rescate de por medio.
La investigación se va complicando, llegando a los ambientes homosexuales de
Marbella y estableciendo la relación con un suicidio de hace ya muchos años. Iturri
y MacHor no lo saben, pero están en el punto de mira de algunos delincuentes y
puede ser muy perjudicial para su integridad física…
Una novela muy bien hilada, donde las relaciones
un tanto complejas entre los protagonistas quedan adecuadamente definidas. Quizá
haya en el relato dos encuentros excesivamente casuales (uno en Marbella, otro
en Toledo), pero es la licencia que al escribir uno se puede permitir.
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