Curioso e inquietante como experimento sociológico, La ola relata un hecho real sucedido en
una High School (instituto de Secundaria). Un profesor de Historia, con el fin
de que el alumnado comprendiera cómo los alemanes pudieron quedarse
indiferentes ante los desmanes del nazismo, comenzó a impartir la clase de una
manera novedosa.
Fuerza mediante disciplina, comunidad, acción. En primer lugar,
con una disciplina férrea basada en la jerarquía (él era el líder, el resto le
obedecían); a continuación les inculcó el sentimiento de comunidad, con lo que
ninguno se sintió aislado y desaparecieron los piques entre ellos por ser mejor
o más popular; por último, la acción, que puso en marcha a todo el alumnado
para realizar “algo”.
Que ese “algo” sea un equipo de fútbol, una reunión de motivación
o cualquier otra cosa no tiene mucha importancia. El hecho en sí, sí la tiene.
Y cómo el disidente, el escéptico, el que no quería entrar en el movimiento
denominado “La ola”, se quedaba aislado y con miedo a discrepar, por las
posibles consecuencias sociales y quién sabe si algo más.
La película denominada también La
ola, de 2008, fue la que me llevó a leer este libro corto y, como dije
antes, inquietante. ¿Sería posible algo así actualmente, sabiendo como sabemos
los riesgos del pensamiento único y del totalitarismo? No tengo ninguna duda: sí
sería posible. Tenemos en muchos lugares muy cercanos pruebas claras de miedo a
discrepar, de temor a mostrarse diferente, y no estoy hablando de adolescentes.
El totalitarismo engancha, engancha formar parte de un grupo, y engancha el
poder. Por suerte, en democracia tenemos los medios para impedir los
totalitarismos, aunque algunas veces la misma libertad que impera en nuestro
sistema político da alas a determinados sectores que se aprovechan del sistema
para tratar de destruirlo.
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