Stephen King, hace muchos años, publicó
algunas novelas con seudónimo, con el fin de no saturar el mercado. Autor más
prolífico no sé si habrá, creo que no, al menos en la literatura actual. Esta
es la razón por la que King tiene verdaderas joyas (yo soy muy fan de alguno de
sus libros) y otros no tan buenos. Cuando escribes como churros, es lo que pasa…
En esta ocasión, King estaba empezando. Y la historia
es una pequeña maravilla de superación, muerte y terror. Terror psicológico,
pues realmente lo que el protagonista del libro y sus compañeros desconocen, es
muy claro: ¿qué ocurre cuando mueres?
En una realidad distópica, en unos Estados
Unidos diferentes (suponemos que la II Guerra Mundial, que se nombra vagamente,
acabó de diferente manera), el “pan y circo” de los romanos, ha llegado a su
límite. El mayor entretenimiento, el acontecimiento deportivo anual, es una
competición a muerte, denominada “La larga marcha”. Consiste en caminar a un
mínimo de 6’5 kilómetros por hora (buena velocidad), hasta que el cuerpo
aguante. No se puede parar a comer, dormir, descansar ni hacer necesidades.
Todo sobre la carretera. Con cada pequeña parada o descenso de la velocidad se
recibe un aviso; tres avisos es el máximo que se puede recibir, con el cuarto
te dan el pasaporte y finalizó la prueba para ti.
Y aquí viene lo bueno: el
pasaporte consiste en un tiro en la cabeza. La muerte. La larga marcha es una
competición a muerte, donde los cien participantes saben que morirán casi con
total seguridad, quedando únicamente uno de ellos para elegir su premio: todo
lo que deseen a lo largo de su vida. Lo peor de todo es que la participación es
totalmente voluntaria.
Y la novela consiste en acompañar
a Garraty, un joven ni mejor ni peor que el resto, a lo largo de su viaje. Como
dije antes, estremecedora. Solo me gustaría haber podido saber cuál fue su vida un año después...